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Motilla del Palancar tiene razones legítimas para sentirse orgullosa de una Semana Santa que buena parte de los que viven en ella consideran y sienten como propia. La posibilidad de ver en las calles una representación tan genuina de la Pasión del Señor, espléndidamente representada por las imágenes que aunque no sean de los más grandes imagineros, sólo se produce una vez al año, y aunque la puesta en escena sea siempre parecida nunca faltarán unos ojos asombrados que miran con piedad y horror el calvario que Cristo tuvo que padecer.
Porque nuestra Semana Santa es mucho más que una sucesión de desfiles, pasos y cofrades; es mucho más que un fenómeno social en el que participan miles de personas. Porque, incluso siendo ciertas ambas cosas, es también el momento que muchos eligen para expresar su dolor y sentido religioso de la vida y hacerlo, además, en silencio. Detrás de cada capuz hay una persona que, de manera anónima, quiere acompañar a esa figura de madera o escayola que, siendo maravillosa, es también profundamente humana.
Para el cofrade, "su" Virgen, "su" Cristo es más humano de lo que pueda representar la propia talla. Por eso, la Semana Santa motillana ha perdurado al paso de los años y al modismo de convertir cualquier fiesta en una ocasión para escapar de la rutina y del trabajo diario.
Entre los que la hacen posible hay gentes de toda condición social que en estos días unen esfuerzos y mimos para que los desfiles salgan bien y, sobre todo, para que esa imagen que veneran reluzca y brille con luz propia por que tiene encomendada una misión importante: "tocar" el corazón de los ciudadanos que a lo largo de estos días abarroten las calles de nuestro pueblo para contemplar los múltiples desfiles organizados que la convertirán, un año más, en un gran templo.
Ellos, los cofrades, son la parte más humana de esta representación de la Gran Tragedia que tuvo lugar hace ahora veinte siglos.
A todos ellos, a los que sufren, padecen y se esfuerzan para que todo salga bien, gracias.
